Uno de los mayores problemas que enfrenta la humanidad en estos tiempos es que hacer con todos los desechos que acumula. No solamente los desechos más visibles y que ocupan las calles, el mar y los bosques, sino especialmente con los desechos químicos o radioactivos, que se mantienen activos durante miles y miles de años. El problema de donde guardarlos lleva aparejado otro: ¿cómo le advertirías a las generaciones futuras que lo que allí se encuentra es peligroso y no debe ser abierto?
En Estados Unidos, esos desechos son guardados en bunkeres subterráneos ubicados a kilómetros de profundidad en capas geológicas de material estable que luego son sellados con toneladas de cemento. Actualmente, el mayor de estos depósitos es la Planta Piloto para Aislamiento de Residuos (WIPP por sus iniciales en inglés) ubicada a 32 kilómetros de Carlsbad, Nuevo México.
La planta se encuentra emplazada en un bloque salino que se ha mantenido geologicamente estable (sin terremotos, movimientos ni modificación de su composición) durante 200 millones de años.
El gigantesco bunker radioactivo abrió en 1999, y para 2006 ya había recibido 5000 unidades de peligrosa sustancia. Se espera que continúe ampliándose hasta el 2070, creciendo bajo la tierra con más y más galerías, que a veces se derrumban causando la intervención de la Administración de Seguridad Nuclear. Luego de su cierre, el ejército lo custodiará durante 100 años. Pero, ¿y después?
Hay que tener en cuenta que los desechos radioactivos mantienen su toxicidad durante 10.000 años, y que, por ejemplo, el sumerio, el idioma más antiguo conocido, cuenta con “apenas” 6.000 años y poco y nada sabemos de aquello que dice.
Hacía falta desarrollar una nueva forma de comunicar al futuro que ese lugar era muy peligroso, que no sea ambigua y que no requiera de un apoyo exclusivamente lingüístico.
A partir de 1982 el Departamento de Energía puso en marcha un proyecto para diseñar el mensaje y se lo confió al Laboratorio Nacional Sandía. Asimismo, la cuestión fue estudiada por la Sociedad Alemana de Semiótica, que convocó a un grupo de expertos imaginativos entre los cuales se encontraba el lingüista Tomas Sebeok, el escritor de ciencia ficción Stanislaw Lem y el físico Emil Kowalski.
Estaban de acuerdo en que el mensaje debía ser simple y sin complicaciones, que tenía que dejar una idea clara del peligro y a la vez comunicar que algo humano o creado por los humanos estaba enterrado allí. El grupo logro esbozar un borrador conceptual del mensaje, que parece algo inscripto en las paredes de la tumba que encuentran los exploradores espaciales en Alien o tantas otras novelas de ciencia ficción:
“Este lugar es un mensaje y parte de un conjunto de mensajes. Presta atención. Transmitirte este mensaje es importante para nosotros. Eramos una civilización poderosa.
Este lugar no es un lugar de honor. Aquí no se conmemora ningún hecho querido ni se guarda nada de valor. Lo que hay aquí es peligroso y repulsivo para nosotros. Este mensaje es sobre un peligro.
El peligro está en un lugar concreto y se incrementa a medida que te acercas. El centro de ese peligro está aquí, tiene un tamaño y forma determinados y está bajo tus pies. El peligro está presente en tu época como también lo estaba en la nuestra.
El peligro es para tu cuerpo, y te puede matar.
La forma de ese peligro es una emanación de energía.
El peligro se manifestará solo si perturbas físicamente este lugar. Este lugar debe ser evitado y nadie debe habitarlo.”
Asimismo, cada uno de los miembros del grupo aportó soluciones muy imaginativas para la cuestión de como señalizar el lugar. Lem mencionó la posibilidad de modificar flores de forma genética en cuyo ADN se encuentre encriptado el mensaje de advertencia (pero, si la ciencia biológica cae en declive, ¿sabrán nuestros sucesores que es el ADN?).
Otros mencionaron un grupo de satélites que transmitan información sobre el cementerio nuclear. Françoise Bastide y Paolo Fabbri, semiologos, propusieron la crianza de una raza de gatos de advertencia, que se iluminasen y brillasen cuando se encontrasen cerca del material radioactivo. Ello comportaría, además, el desarrollo de toda una especie de tradición cultural que insuflase a los gatos importancia, a través de la música, la literatura y la poesía. Una idea que recuerda a los gatos que pilotean naves espaciales de Cordwainer Smith.
Finalmente, Thomas Sebeok propuso la creación de una secta de Sacerdotes del Átomo que transmitiesen el mensaje y protegiesen el sitio, muy a la manera de la novela “Cántico Por Leibowitz”, en dónde la Iglesia Católica es la encargada de proteger la civilización restante luego de una catástrofe nuclear e impedir que se repita. Kowalski, el físico, simplemente abogaba por erigir barreras energéticas muy complejas, que solo pudiesen superadas por una civilización con un nivel tecnológico semejante, de la cual se da por sentado que conoce los peligros de la radiación (pero, ¿y si se destruyen? ¿si su tecnología se vuelve obsoleta?).
La solución que se encuentra en este momento picando en punta es una forma mucho más simple de la propuesta de Kowalski: erigir enormes monumentos de fisonomía que de terror para dejar bien claro que ese es un lugar prohibido. Se piensa en una planicie de bloques de hormigón, o en espantosas púas que emergen del suelo. Irían acompañadas de calaveras, o gente muerta, o incluso de una versión estilizada de la cara chillante en El Grito de Edward Munch.
Si el intrépido explorador llega avanza hasta el centro del emplazamiento, los mensajes se irían haciendo más ominosos. Al llegar al centro, se encontraría con un bunker subterráneo donde estaría grabado un calendario astronómico, la tabla periódica de elementos y textos describiendo los efectos de la radioactividad sobre los seres vivos.
Todos los textos se colocarán sobre las paredes usando los seis idiomas oficiales de Naciones Unidas (Inglés, Español, Ruso, Francés, Chino, y Árabe). Además, se grabará también en el idioma navajo local, y se dejará espacio para que futuras generaciones puedan añadir sus propias traducciones.
Aún no hay un diseño definitivo del monumento, pero la fecha para la decisión definitiva se acerca: 2028.
En ese entonces la humanidad deberá decidir como avisarle a sus descendientes que le está dejando un planeta lleno de peligros y toxicidad, si es que llega a dejarles un planeta.